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miércoles, 4 de enero de 2012

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or ahí no se sale

Por: | 03 de enero de 2012

Robert Bunsen, el del mechero Bunsen, ayudó a crear los altos hornos. Lord Kelvin, el de los grados Kelvin, controló el diseño y la fabricación de los cables de comunicaciones. Leo Baekeland, el de la baquelita, inauguró la industria del plástico al sintetizar el primero de ellos. El primer país en percibir la íntima asociación entre ciencia y desarrollo fue Alemania, cuyas grandes empresas --Zeiss, Siemens, Krupp-- ya empezaron en el siglo XIX a montar laboratorios con cientos de empleados.
La principal organización científica de la Europa actual, la Sociedad Max Planck (1.500 millones de presupuesto anual, 32 premios Nobel), es heredera del venerable Physicalische Technische Reichsanstalt, o Instituto Imperial de Física y Tecnología, que empezó en 1870 a promover y facilitar la colaboración científica entre las firmas alemanas.
El gran arranque de la industria estadounidense solo se produjo en los años veinte, cuando el Gobierno federal y el recién creado National Research Council atizaron a todas sus grandes empresas --Westinghouse, Kodak, Standard Oil, Du Pont, AT&T, General Electric-- para que apostaran en firme por la investigación.
Tras la Gran Guerra, las grandes empresas occidentales empezaron a dedicar esfuerzos sistemáticos a la actividad científica, y fruto de ello fue la implantación de la radio, el coche y el aeroplano en la vida cotidiana. Cada país es hoy líder allí donde financia a sus científicos y a sus ingenieros. Estados Unidos puso sus recursos en aeronáutica, satélites y ordenadores, y en ese mundo estamos. Japón los puso en videojuegos, videocámaras y coches, como cualquiera puede ver en su casa.
Pero aquí no acabamos de enterarnos de nada de esto. Aquí llega uno a la Moncloa, le dan unas tijeras y se cepilla 600 millones del presupuesto de ciencia y tecnología. Le copió la idea al que le pasó las tijeras. Aquí no se aspira al porcentaje del PIB que invierten en investigación los países más desarrollados (3%), ni siquiera al del montón de la Unión Europea (2%), sino al campante y bajante 1,4% de los colistas profesionales. Aquí el centro que investiga en energía y medio ambiente amenaza cierre por cicatería administrativa, y el CSIC en su conjunto se hunde en el pesimismo. Aquí a los científicos que hemos formado con esmero les decimos lo que Lola Flores a sus hinchas: "¡Si me queréis, irse!".
Ya dije que las tijeras no son nuevas. Con el nuevo recorte, el presupuesto de ciencia, desarrollo e innovación (I+D+i) para 2012 se reduce un 7% respecto al de 2011, que a su vez se vio mermado en un 8% sobre el de 2010, ya de por sí cercenado en un 15% respecto al de 2009. Todos los científicos coinciden en elogiar el estímulo presupuestario de la primera legislatura de Zapatero, que además había sido uno de los principales mensajes de su campaña. Pero a partir de la crisis se acabaron las tonterías. Ni el nuevo Gobierno ni el anterior han percibido que investigar es justo el camino para salir de la crisis. De ésta y de todas las que han de venir en el complejo e hiperconectado futuro.

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